Carla Jaria
2024
Este texto acompaña la instalación Interior acondicionado, comisariada por Oriol Aribau y Carla Jaria, que tuvo lugar entre el 20 de septiembre y el 20 de noviembre de 2024 en Espai19 (Barcelona).
En el anverso un espacio aparentemente neutro: falta de aire, calor, agobio. En el reverso el caos, un espacio que podría estar abandonado pero que genera confort corporal: frío, bienestar, placer. En este alivio momentáneo, la respiración se reduce, su compás se transforma y se ralentiza. Cuentas: 1, 2, 3, 4, 5, y de nuevo comienzas. En ese conteo, inhalas; el aire circula por las vías aéreas: la nariz, las cuerdas vocales, la tráquea, los bronquios, hasta llegar a los pulmones. El oxígeno entra en la sangre y, con cada exhalación, el dióxido de carbono se desprende del cuerpo. Pero cuando dejas de contar, ya no eres consciente de este proceso. La respiración, que antes era voluntaria, se convierte en un proceso automatizado que sucede en el interior y exterior, de dentro para afuera y de afuera para dentro.
La respiración sucede en un interespacio corpóreo; igual que esos lugares invisibles de los edicios que permiten que la arquitectura funcione, pero que rara vez se muestran. Como el aire que circula por los sistemas de ventilación de un edicio, oculto, en aquellos espacios fuera del orden preestablecido, que acumulan polvo, insectos o cableado, siempre presentes en la arquitectura y sin embargo invisibles. Así es también nuestro respirar, un gesto básico pero profundamente condicionado por el entorno y las estructuras que nos rodean. El cuerpo, atrapado en este ciclo de dependencia, pierde su autonomía. La respiración queda moldeada por los ritmos impuestos por el entorno. El aire, ese bien primordial, se transforma en una extensión más de un sistema opresivo, una parte inextricable de los mecanismos y automatizaciones que no controlamos, pero que nos dirigen.
Los cuerpos están siempre en relación con fuerzas externas que los moldean, ya sea a través de la arquitectura oculta o de las dinámicas de poder que transforman el aire en un espacio de opresión o de asxia. En esta intersección, Natalia Domínguez nos invita a reexionar sobre cómo cada gesto cotidiano —respirar, moverse, habitar— se convierte en un acto político. Son acciones que están regidas por sistemas invisibles, sistemas que a la vez nos sostienen y nos sofocan a partir de estratos sociales, económicos y de clase. El aire acondicionado, omnipresente y casi imperceptible, se convierte en el símbolo de una sociedad asxiada, dependiente de tecnologías que nos ofrecen alivio momentáneo, pero que al mismo tiempo contribuyen a la sobrecarga y al colapso ambiental. El frío o el confort que nos consuela es, paradójicamente, parte de la misma red que provoca la asxia de cuerpos y ecosistemas que tratamos de evitar.
Interior acondicionado nos revela un espacio que, lejos de ser neutral o reconfortante, nos enfrenta con la realidad de que el aire que inhalamos ha dejado de ser un recurso natural libre. Nuestra respiración, ese acto tan vital, se convierte en una coreografía dictada por las estructuras de poder que regulan no solo el aire, sino la experiencia misma de habitar. El sonido de los circuitos de aire amplica un eco constante, un zumbido, que llena un espacio aparentemente vacío y que se convierte en un murmullo omnipresente que acompaña cada respiración. Aquí, el aire se expone como mercancía, resultado de políticas capitalistas que distribuyen el acceso al oxígeno y denen quién respira en confort y quién se ahoga en la precariedad. Respirar, en este contexto, es un acto radical pero condicionado, y como tantos otros gestos cotidianos, está atravesado por las tensiones entre la necesidad de alivio y la opresión que subyace en lo que creemos controlar.
Carla Jaria
2024
Este texto acompaña la instalación Interior acondicionado, comisariada por Oriol Aribau y Carla Jaria, que tuvo lugar entre el 20 de septiembre y el 20 de noviembre de 2024 en Espai19 (Barcelona).
En el anverso un espacio aparentemente neutro: falta de aire, calor, agobio. En el reverso el caos, un espacio que podría estar abandonado pero que genera confort corporal: frío, bienestar, placer. En este alivio momentáneo, la respiración se reduce, su compás se transforma y se ralentiza. Cuentas: 1, 2, 3, 4, 5, y de nuevo comienzas. En ese conteo, inhalas; el aire circula por las vías aéreas: la nariz, las cuerdas vocales, la tráquea, los bronquios, hasta llegar a los pulmones. El oxígeno entra en la sangre y, con cada exhalación, el dióxido de carbono se desprende del cuerpo. Pero cuando dejas de contar, ya no eres consciente de este proceso. La respiración, que antes era voluntaria, se convierte en un proceso automatizado que sucede en el interior y exterior, de dentro para afuera y de afuera para dentro.
La respiración sucede en un interespacio corpóreo; igual que esos lugares invisibles de los edicios que permiten que la arquitectura funcione, pero que rara vez se muestran. Como el aire que circula por los sistemas de ventilación de un edicio, oculto, en aquellos espacios fuera del orden preestablecido, que acumulan polvo, insectos o cableado, siempre presentes en la arquitectura y sin embargo invisibles. Así es también nuestro respirar, un gesto básico pero profundamente condicionado por el entorno y las estructuras que nos rodean. El cuerpo, atrapado en este ciclo de dependencia, pierde su autonomía. La respiración queda moldeada por los ritmos impuestos por el entorno. El aire, ese bien primordial, se transforma en una extensión más de un sistema opresivo, una parte inextricable de los mecanismos y automatizaciones que no controlamos, pero que nos dirigen.
Los cuerpos están siempre en relación con fuerzas externas que los moldean, ya sea a través de la arquitectura oculta o de las dinámicas de poder que transforman el aire en un espacio de opresión o de asxia. En esta intersección, Natalia Domínguez nos invita a reexionar sobre cómo cada gesto cotidiano —respirar, moverse, habitar— se convierte en un acto político. Son acciones que están regidas por sistemas invisibles, sistemas que a la vez nos sostienen y nos sofocan a partir de estratos sociales, económicos y de clase. El aire acondicionado, omnipresente y casi imperceptible, se convierte en el símbolo de una sociedad asxiada, dependiente de tecnologías que nos ofrecen alivio momentáneo, pero que al mismo tiempo contribuyen a la sobrecarga y al colapso ambiental. El frío o el confort que nos consuela es, paradójicamente, parte de la misma red que provoca la asxia de cuerpos y ecosistemas que tratamos de evitar.
Interior acondicionado nos revela un espacio que, lejos de ser neutral o reconfortante, nos enfrenta con la realidad de que el aire que inhalamos ha dejado de ser un recurso natural libre. Nuestra respiración, ese acto tan vital, se convierte en una coreografía dictada por las estructuras de poder que regulan no solo el aire, sino la experiencia misma de habitar. El sonido de los circuitos de aire amplica un eco constante, un zumbido, que llena un espacio aparentemente vacío y que se convierte en un murmullo omnipresente que acompaña cada respiración. Aquí, el aire se expone como mercancía, resultado de políticas capitalistas que distribuyen el acceso al oxígeno y denen quién respira en confort y quién se ahoga en la precariedad. Respirar, en este contexto, es un acto radical pero condicionado, y como tantos otros gestos cotidianos, está atravesado por las tensiones entre la necesidad de alivio y la opresión que subyace en lo que creemos controlar.